En Nativu creemos en el poder y la importancia de nuestras comunidades, siendo el arte uno de sus aportes más ricos
El arte y las costumbres populares transmiten una esencia muy particular de la identidad del costarricense y tienen un gran valor cultural, que debemos procurar mantener con vida. Las mascaradas tradicionales costarricenses no solo son un ícono de la alegría del «tico», también están cargadas de historia y su creación conlleva horas de trabajo, convirtiéndolas en verdaderas obras de arte.
Origen de las mascaradas tradicionales costarricenses
Hoy en día, las mascaradas y cimarronas se mantienen con mayor fuerza en cantones como Escazú, Sarchí y Barva, donde se vive un ambiente de fiesta muy particular. Pero sus inicios tienen raíces en tierras Boruca de la época colonial.
La tradición se adoptó de un híbrido entre el «baile de los diablitos» y la antigua España. El baile de los diablitos es una festividad de 3 días donde por medio de bailes ancestrales, máscaras y un festín, se representa la victoria de los diablitos (indígenas costarricenses) sobre el toro (colonizadores españoles). La tradición simboliza la resistencia de muchos pueblos y finalmente el alcance de la independencia del país. Es una época de celebración, de recordar la identidad nacional y de «burlarse» de la muerte y las adversidades.
Las mascaradas se adoptan en el Valle Central, aproximadamente a mediados del siglo XX como una fiesta para celebrar la libertad y unir al pueblo. Como es un arte popular que se contrapone al arte elitista, lo que busca es que todos los vecinos se reúnan, independientemente de su clase social. ¡Todos participan, desde músicos, mascareros, payasos, homenajeados y los espectadores!
Elaboración de las mascaradas tradicionales costarricenses
En la actualidad se han aprovechado técnicas como la fibra de vidrio y el látex, por su durabilidad y facilidad. Pero de acuerdo al artista costarricense Carlos Arguedas, propietario de la Galería Arte Expresión, el proceso de confección tradicional era otro.
Primeramente se utilizaba un barro arcilloso para moldear la figura de la máscara deseada, cubriendo un tarro vacío de pintura o de manteca, para que así quedara el espacio hueco para la cabeza. Se aplicaba una capa de papel con agua para que no se adhiriera al barro, ya que cuando se secaba, éste se desprendía.
Posteriormente, con papel periódico, papel tipo Kraft reutilizado de las bolsas de azúcar de antaño y goma de almidón, se ponían capa tras capa. Para que la máscara fuera resistente y formara la figura deseada. Luego de tener unas 10 capas de esta mezcla, se colocaba una última con papel maché desmenuzado. Este permitía darle mayores detalles y textura a la pieza final.
Al estar satisfecho con el trabajo, se ponían las máscaras en sus tarros a secar al sol. Como era un proceso largo, los mascareros usualmente elaboraban varias máscaras durante el mismo periodo, por lo que en la época de los 40’s era usual ver los patios o tejados de sus casas resguardados por caretas arcillosas.
Cuando ya secaban bien las máscaras, el barro se resquebrajaba y se desprendía del tarro de pintura. Dejando las capas duras de papel, listas para ser pintadas con colores muy vistosos, en pinturas de aceite.
Lo curioso del proceso tradicional es que cada máscara era única, como el molde de barro se rompía al secarse, no podían hacer réplicas exactas, debía iniciarse el proceso desde cero. Eran pocas las ocaciones en que se trabajaban con moldes guardados.
Los personajes más recurrentes en las mascaradas tradicionales costarricenses
Ya que la celebración está impregnada de temáticas como la libertad, el juego y la comunidad, sus personajes representaban esto mismo: el policía, leyendas como el cadejos, la llorona, el «pisuicas», personas propias del pueblo, la pareja de gigantes, etc.
Las mascaradas representan el teatro de la vida, le permiten a los payasos interpretar a su «otro yo» y hacer travesuras. Es una tradición interesante porque no es estática, se adapta al tiempo
Carlos Arguedas Molina – Artista nacional
Hoy en día la gama de opciones se ha ampliado y se presentan mascaras de personajes de TV, cómics, celebridades, entre otros. Pero el espíritu de festividad se mantiene.
El «recorrido de los payasos» también ha cambiado, antes se estipulaba una fecha, hora, cantidad de máscaras y una ruta fija desde donde salían todos junto con la cimarrona, bailando por las calles hasta llegar a las casas de las familias «dedicadas», quienes recibían a los payasos con bebidas y refrigerio a cambio de un corto repertorio de canciones y bailes frente a sus casas.
Ahora es distinto, participan más payasos, no hay un comité de fiestas ni dedicados o copleros (quienes recitaban poesías espontáneas), pero sigue siendo una celebración muy querida.
Las tradiciones populares como las de las mascaradas, sumergen a sus vecinos en un festejo acompañado de varias ramas de las artes: escultura, música, baile, etc. Debemos procurar mantenerla con vida, porque representa el ADN del costarricense, conmemora rituales ancestrales y exalta el trabajo de muchos artesanos de nuestros cantones.